Sólo deseos.

Aquí estoy, escribiendo un poco de lo mucho que siento, porque si no lo suelto en alguna parte juro que reviento. 

Odio mis pensamientos, mis recuerdos. Lo que fui y lo que soy, y probablemente también lo que seré. Aborrezco mi vida, mis ideas, todo. Cada vez que me echo en la cama, mi memoria refleja los momentos de mi vida en los que más he sentido, cualquier cosa. Hay muchos recuerdos alegres, donde sonrío y estoy bien…pero los malos son tan fuertes, duelen tanto, que son capaces de superar la intensidad de los alegres. ¿De qué me sirve acordarme de cuando él me sonríe, si después veo cómo la mira a ella con el mismo deseo con el que yo le miro a él? ¿Para qué recordar los buenos momentos con mis padres, si al instante sé que la cagaré y volveré a defraudarlos? Dios, esta vida apesta tanto que no hay ambientador que consiga apaciguar el olor.

Si al menos fuera una de esas personas que todo el mundo aprecia. Pero no, me toca ser la loca, la pesada, la tonta, la que dice las cosas sin pensar…La que todo el mundo aborrece. Esa que quiere hacer cualquier cosa por ser aceptada por cómo es. La que recuerda cuando consiguió adelgazar aquellos diex quilos que hicieron que se sintiera más guapa, pero que luego se arrepintió de dejar de comer por una absurdidad como esa porque, al fin y al cabo, siempre es la rechazada. Haga lo que haga.

Joder, sólo quiero sentirme bien. Quiero sentirme querida, que la gente disfrute junto a mí. Que estos diez o doce quilos que me sobran desaparezcan. Quiero destacar en algo, ser buena en algo…Quiero sentirme afortunada por estar viviendo una etapa más de mi vida. Aunque todo se queda en eso, en deseos. Y es en estos momentos en los que necesito desahogarme, soltarlo todo antes de cometer alguna locura. Y sólo existen dos formas de conseguirlo: escribiendo y montando a caballo. Mis dos pasiones, mis dos vías de escape. Con lo que quiero conseguir un futuro, quiero llegar lejos. Así que me aferro a eso, a estas ganas de triunfar con lo que de verdad me llena. A conseguir expresar todo lo que siento, a no arrepentirme de mis decisiones…a ser yo misma y que me de absolutamente igual lo que los demás piensen de mí. A saber luchar por lo que quiero.

Por un lado están todos estos pensamientos, estas dudas, este dolor…y también este determinamiento. Pero por el otro está él. El que consigue acelerar mi corazón, el que con una sonrisa es capaz de hacer que mi estómago de un vuelco. Quien me hace enfadar, pero luego sabe cómo pedir perdón y volver a hacerme reír. No es ni de lejos mi príncipe azul, ni mi media naranja, ni ninguna de esas mierdas. Porque todo eso no existe. Sólo existe esa persona capaz de hacerte volar entre sentimientos, capaz de crear un volcán dentro de tu cuerpo. Y, maldita sea, él consigue todo eso. Y no quiero, no quiero que esto siga, pero no puedo pararlo. Ni aunque sepa que la mira a ella y no a mí, que suspira por ella y que sólo la besaría a ella. Que en su mundo sólo hay sitio para dos, y la ha elegido a ella. Aunque sabe que ella no siente lo mismo, que sólo es su amigo. Pero aunque él no lo admite, eso le duele, le duele tanto como a mí. Al fin y al cabo, los dos tenemos que conformar con la amistad de la persona a la que le regalaríamos un pedazo de cielo si eso fuera posible.

 

Y esto es, sin duda, una pequeñísima parte de todo lo que siento.

 

 

Biscuit.

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